Jugando a la peonza

Jugar sin juguetes

En este relato autobiográfico, mi padre nos habla de los pocos medios que tenían antes los chavales para jugar, algo que subsanaban con gran imaginación. También nos cuenta cosas de su infancia, de su gran afición por el dibujo y la pintura, porque aparte de escribir, a él se le daba muy bien esto de plasmar imágenes con un lápiz y un papel. También nos habla de vivencias más "chungas", como  el hambre que pasaba y el adoctrinamiento del clero y los fascistas hacia los más pequeños a través de una "educación" férrea y militarizada, sin olvidar la dura crudeza que vivía mi abuela Máxima en el día a día para sacar adelante a los suyos. 

 

Viendo el otro día a mi nieto jugando con su Nintendo

sentí que estaba aburrido y eso es algo que no entiendo,

con la de juegos que tiene ¿Cómo se acaba aburriendo?

 

Juega con mucha apatía, y no se está divirtiendo.

 ¿Qué te ocurre chavalote?, estás un poco amuermao,

sal a que te corra el aire que siempre estas encerrao,

Vamos a dar un paseo pa despejarte el torrao,

siempre con los marcianitos en la consola amorrao.

 

Es que no sé lo que hacer, no hay nada que me entretenga,

no conozco ningún juego que mi interés lo mantenga.

 

Piensa en juegos naturales cosas que a ti te convengan,

jugados al aire libre con amigos que intervengan,

que fluya tu adrenalina con juegos que a ti se avengan.

 

Dime abuelo, ¿qué juguetes usabas tú de pequeño?,

porque eran tiempos distintos, según nos cuenta “la seño”

Tú me lo cuentas, lo escribo y a mi profe se lo enseño,

será una lección de historia que tú lo cuentas de genio.

 

En esos tiempos no había ni consolas ni patrañas,

que hacía poco había acabado la guerra civil de España.

Los juguetes los hacíamos con inteligencia y maña,

te divertías más haciéndolos que luego dándoles caña.

 

Hacíamos bolas de barro, con calma, sin apreturas,

que se dejaban secar en cualquier lugar a oscuras,

se cocían en el fuego para que estuvieran duras,

y podías jugar al guá, que los juegos son cultura,

pero siempre con amigos que la amistad es frescura.

 

Solo tu imaginación te hacía inventar aventuras,

y te da opción a elegir las duras o las maduras.

 

Me sentía Búfalo Bill con la escoba de montura,

o me hallaba en las cruzadas atacando con soltura,

con mi espada de madera hecha con unas molduras.

 

Se buscaban latas viejas y se unían con un cordel,

y eras la Locomotora de un tren con mucho poder,

era tan real el juego que el humo podías morder,

que las fantasías de un niño nunca se pueden perder.

 

Y si ponías cuatro ruedas a un tablero de madera

sentado encima pensabas que era un coche de carreras.

 

Te lanzabas a una cuesta con la llegada en subida,

y te dabas un buen un golpe si ibas por otras salidas,

el juego solía acabar con moratones y heridas.

 

Esto era muy peligroso, no había frenos ni barreras,

y cuando había un accidente te lesionabas de veras.

 

En la casa de socorro ven luxación de cadera,

y entonces los hospitales no eran lo que tú te esperas.

Eran salas con cien camas, con monjas en vez de enfermeras,

y la sanidad de entonces era un tanto chapucera.

 

Si querías jugar al futbol y no teníamos pelota,

con trapos viejos se hacía, lo malo es que no rebota,

y solo dura un partido que al poco tiempo está rota,

pero al próximo partido nos fabricábamos otra.

 

En los juegos de conjunto juega todo aquel que llega,

el rescate, el escondite, el borrico, el tú la llevas.

Son infinidad de juegos que practicarlos te enerva,

y con ejercicio y hambre la buena línea conservas.

 

Luego había juegos tranquilos como el parchís o la oca,

con el brasero encendido tirando cuando te toca.

Solía jugarse en invierno cuando el frío se desboca,

sentados junto a la mesa, el brasero al frío ahorca.

 

Solo echábamos de menos algo que echarse a la boca,

que las hambres eran muchas y la comida muy poca,

si había se comían bellotas de una manera muy tosca.

 

Los domingos y festivos ejercía de monaguillo,

y el señor cura me daba un bocata de membrillo,

y a veces alguna ostia por mangarle en el cepillo

o no tener el copón resplandeciente de brillo.

 

Por mediación de los curas entré en auxilio social,

allí nos daban comida y una enseñanza marcial.

Nos metían en el cerebro lo de la España imperial,

que ser buenos falangistas era asunto primordial.

 

Siempre estábamos cantando y nos tenían poseídos,

al llegar formaban filas con los brazos extendidos.

Cantaban "Prietas las filas" con gestos muy comprimidos,

y al mediodía el "Cara al sol" para sentar lo comido.

 

Cuando entraba al comedor nos levanta la abadesa,

que no se puede comer si no bendicen la mesa.

Después aceite de ricino de una forma muy aviesa,

con rebanadas de pan que la visión la atraviesa.

 

El día que daban lentejas iban envueltas con chicha,

tiene tal capa de bichos que los tragones se hinchan,

tragándolo sin mirar que si no comes la espichas,

y castigaban sin postre porque era su única dicha.

Después rezabas de nuevo o te daban con la cincha,

y nos hacían fumigar con órdenes que relinchan.

Íbamos siempre los mismos nunca pasaban la ficha,

nunca hicieron tal trabajo los de la gente redicha.

 

Se untaban con una brocha los rincones con zotal,

les enrojecían los ojos y respiraban muy mal.

Nos sometían a diario a una tortura total,

por causa del pesticida nuestra salud fue fatal.

 

Los que tenían raquitismo aumentaban su cabeza,

y su barriga se hinchaba, no sé el porqué con certeza.

Será que esa enfermedad les disminuía sus fuerzas,

o que esos abultamientos los produce la pobreza.

Yo por suerte no lo tuve, pero tuve otras flaquezas,

porque tuve meningitis y la afronte con firmeza.

 

Tras una hora de descanso y estando medio dormidos,

cantan el "Prietas las filas" y no entonan muy unidos.

A las siete dan la cena con el "Cara al Sol" temido,

y cuando llegas a casa el cerebro está exprimido.

Los sábados el rosario, faltar, no está permitido.

 

Aquella era nuestra vida en ese centro fascista,

y si querías integrarte tenías que ser falangista.

Hasta que un día decidí borrarme de aquella lista,

no era capaz de aguantar a gente tan extremista.

 

Cuando se enteró mi madre se puso como una loca,

según me daba decía: ¡yo no mantengo más bocas!

Fíjate en lo que te digo, mi comida no la tocas.

Mi Padre murió hacía poco y su frustración no es poca.

 

Me coloqué con un ciego que vendía los iguales,

y me daba tres pesetas solo en días laborables.

Eran diez horas al día, pero en casa echaba un cable,

que mi sueldo en esas fechas no era nada despreciable,

porque de quince pesetas era el sueldo de mi Padre.

Ya ganaba mi comida y aquel cambio fue apreciable,

se respiraba otro rollo, la vida era más amable,

y había veces que mi Madre era conmigo agradable.

 

Pero me estoy desviando del tema de este relato,

volvamos a los juegos porque ese fue nuestro trato,

divago con mis recuerdos y sin querer los comparto.

 

Tenía menos tiempo libre, pero yo seguía jugando,

me gustaban los tebeos y disfrutaba pintando,

casi todo el tiempo libre lo pasaba dibujando.

Imaginaba mis héroes contra los malos luchando,

por salvar a sus princesas prisioneras del malvado.

Pero los sueños son sueños y te acabas despertando,

porque al ver la realidad te acabas decepcionando,

que la magia está en nosotros si la seguimos buscando.

 

Críé gusanos de seda y observé su evolución,

desde que hacen el capullo asta su gran eclosión.

Con las ventanas abiertas mantenía mi habitación,

Para que la mariposa encuentre su salvación,

su libertad será corta, pero a mí me hacía ilusión.

 

Más vale un segundo libre que un siglo en una prisión.

 

De todas mis vaguedades yo saco esta conclusión,

los niños tienen más medios de los que había en mi generación.

Están mejor preparados para afrontar su misión,

pero los juegos de antaño morirán sin remisión.

 

Que esta historia interminable camina a su perdición,

si no descubren los juegos que renueven su atención.

Tenéis que ser como Bastian y la única solución,

es ponerle a vuestra vida fantasía e ilusión.

 

Aunque me llaméis pesado os daré mi moraleja,

yo archivo en mi ordenador mis historias más añejas,

complementando el futuro con cosas que llamáis viejas.

 

Al poco tiempo mi nieto se presenta muy contento:

"Abuelo, me han dado un diez en redacción por tu cuento."

 

Aunque la seño me ha dicho que ese relato es muy cierto,

Porque su padre le cuenta cosas con el mismo acento.

 

Francisco Guío, marzo de 2011

 

"E, e, eso es todo Amigos…"

 

Este cuento se acabó

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